sábado, 17 de mayo de 2014

Calisto

Mientras el sol encantador de finales de verano recalcitra en su piel y el tiempo le contrae con golpes certeros el alma, Calisto captura en jaulas imaginarias a tres copetones desnutridos que luchan por las boronas de galleta de avena que deja caer al suelo, boronas que parecen desangrarse en sus dedos como el cuello de un pollo tierno a punto de convertirse en guisado. Una galleta bajo el sol es el ultimo desayuno que le consume grano a grano como la memoria desde que ella desapareció.


Era tan fino su oído en el arte de la escucha que en una ocasión logro percibir el tic tac de una bomba, en un bunker de algún Fürer, en alguna de las guerras, en alguno de los mundos, con algunos de los hombres. No era inmortal ni tenia alteraciones genéticas, simplemente el tiempo al igual que a Prometeo le ha capturado entre cadenas en manos y pies mientras le ronda con misterio en forma de cuervo. Calisto ha visto tanto y a tantos que su ceguera al final de la madures era un descanso más que una condena. Un blanco de cataratas cubre con un velo el iris tostado que la vio por ultima vez mientras se escondía tras los cerezos, y allí en el parque Santander, dos cuadras abajo de la calle de los dolores, con la mirada perdida en el blanco lechoso del olvido siembra su incertidumbre épica y declara con una angustia congruente el final de la existencia, se embriaga en aromas ácidos de perfumes, de mujeres, de paseantes, de recuerdos. Toma sus tobillos con sus manos endémicas, se entorna como un capullo de mierda, consigue mantener el equilibrio y como en un ultimo performance explota en un millón de abejas africanas, no sin antes maldecir al conejo blanco por haberse llevado a su Alicia y al mundo por haber olvidado el juego de morir.